Ajo Fernández

Hasta el paisaje más recóndito encierra una nostalgia propia, cargada de esos polos opuestos que alimentan las emociones humanas, quedándose ancladas a un instante y a una imagen para siempre. Todo consiste en conectar con un lugar en un fragmento concreto de tiempo y de espacio, en ser observador del entorno y dejarse observar e invadir por él. Reducir la frontera que separa la imagen de la naturaleza de la retina; una naturaleza que abarca curvas y paradas abruptas, transformada en paisaje interior del alma. Con una casi completa ausencia de la figura humana, las contrastadas fotografías en blanco y negro de Ajo, convierten el paisaje natural en un espejo de intercambio: poder estar en dos sitios distintos al mismo tiempo, saber que la complejidad del ser humano y del autoconocimiento, pasa por bucear entre las luces y las sombras de uno mismo, asumiendo la existencia de las aristas emocionales y del ardor de los sentimientos que hacen latir al corazón. A través de la imagen, uno puede volver a sí mismo, reobservarse y recordarse. La fotografía no es más que el testimonio de dos extremos conjugados en uno, la huella intacta de una pérdida y de una ganancia, donde el observador se ha llevado consigo parte de la esencia del paisaje y donde el paisaje mismo ha logrado robar también, en ese instante fugaz, un fragmento del alma humana.