Gastamos tiempo, dinero y esfuerzo en una eterna lucha hacia el ideal de
belleza lampiño, aquel que pensamos nos hace más humanos, más
atractivos, más femeninos, más musculosos, menos salvajes, más
domesticados en la comodidad y amparados por la sagrada higiene.
La depilación corporal es una práctica normativa que cada vez acapara más
adeptos sin importar su sexo, género o condición. No obstante, sigue siendo
el sexo femenino el que se depila durante más de la mitad de su vida de
todas las formas posibles e imaginables. Es este un ideal de belleza
inalcanzable, como tantos otros que hemos tragado durante un milenio de
publicidad y medios de comunicación masivos.
Admitámoslo, somos gente peluda. Mirémonos otra vez. Enseñemos
nuestras excreciones velludas. Mostremos cómo las eliminamos y cómo
intentamos esconderlas. Arranquémoslas de nuestra piel, pero antes
admiremos cómo crecen. Quemémoslas, pero antes dejémoslas vivir libres
y visibles. Odiemos nuestros pelos, pero también amémoslos.
Sólo mostrando con orgullo nuestras depilaciones seremos conscientes de
que realmente ninguno de nuestros cuerpos es lampiño, sino que somos
cuerpos en eterna construcción. Y así son las hirsutas de este proyecto.